jueves, 23 de noviembre de 2017

El teniente Edmond Dufort y el bandolero Falcone (Protagonistas de "Alma Bandolera") nos presentan a Juani Hernández

El teniente Edmond Dufort y el bandolero Falcone (Protagonistas de "Alma Bandolera") 
nos presentan a Juani Hernández


Aquella mañana de noviembre, la usual sinfonía del bosque se vio interrumpida por los cascos de su caballo al pisar la hojarasca del camino. El joven lo guiaba a marcha tranquila, sabiendo que llegaba a tiempo a aquella insólita cita, pero a la que no habría querido faltar.
Delante de él, se abría un claro entre la frondosa arboleda y supo que no era el primero en llegar al escuchar el relincho de otro corcel. Instantes después divisó al otro asistente a esa extraña reunión, a lomos de su caballo y con postura erguida, firme. Aquel hombre lo estudió conforme se acercaba a él, con rictus severo y mirada reprobatoria, aunque no le importunó su escrutinio. De hecho, lo esperaba. Detuvo su caballo delante de él, quedando ambos jóvenes frente a frente.
―Teniente Dufort ―lo saludó con sonrisa petulante.
―Falcone ―respondió, alzando la barbilla y tensando la mandíbula a causa de una visible incomodidad―. No estoy acostumbrado a dirigirme a alguien con un sobrenombre.   
―Podré soportarlo ―se jactó el enmascarado―. Imagino que comprenderéis que mantener oculta mi identidad es mi mayor garantía. Además, no estamos aquí por mí.
―Cierto ―admitió, apretando los labios en una línea.
Entonces, el bandolero lanzó un largo suspiro mientras miraba a su alrededor, en un gesto que rozaba lo histriónico.
―¿No estáis nervioso, teniente? ―le preguntó, con una sonrisa torcida.
―No especialmente ―alegó categórico.
―Hoy se da a conocer nuestra historia ―le recordó aunque no fuera necesario.
―¿Y teméis no encandilar a las damas con vuestros encantos? ―se burló el oficial. El Falcone no pudo contener una carcajada.
―No os quitéis méritos ―se mofó―. Vuestra rectitud y sentido del honor atraerá a más de una mujer. Aunque no es mi éxito entre el sexo femenino lo que me preocupa.
―¿Quién lo diría, Falcone? ―Edmond se hizo el sorprendido.
―¿A que no os lo esperabais? ―ironizó, divertido con la situación, aunque su semblante se tornó grave de pronto―. Sé que mi causa carece de honorabilidad para alguien como vos, pero confío en que sí haya quien comprenda lo que me mueve a ocultarme tras esta máscara.
―Lo habrá, estoy seguro ―admitió―, mademoiselle Hernández os dejará en buena posición ―añadió, sarcástico.
―¿Insinuáis que mentirá? ―inquirió, contrariado.
―En absoluto ―negó con rapidez―. Quienes decidan conocer vuestra historia, serán capaces de ponerse en vuestra piel, pero del mismo modo comprenderán que no tengo más opción que cumplir con mi deber.
―Las dos caras de una misma moneda ―caviló el bandido.
―O cara o cruz ―asintió el oficial francés.
―Sin embargo, una de las cualidades que alaban en questa signorina es mostrar el interior de sus personajes, sus conflictos, sus demonios ―objetó El Falcone con sonrisa engreída―. No va a ser tan fácil elegir.
―¿Os divierte? ―demandó, desdeñoso.
―No está dirigido a ninguno de los dos dicho divertimento ―alegó con suficiencia―, pero estoy seguro de que lo disfrutarán.
―Suelen hacerlo ―añadió el militar.
―Por supuesto ―exclamó el bandolero―. Sus novelas encandilan a las lectoras, logra que revivan la historia transmitiéndoles nuestros sentimientos de modo impecable, arrancando lágrimas y suspiros…
―Mademoiselle no hablaría en tales términos de sí misma ―objetó Edmond, disgustado, interrumpiendo su apasionado discurso.
―Lo sé ―le concedió el bandido, haciendo un mohín―. Pero, si no la ensalzamos nosotros, ¿quién lo hará?
El oficial resopló, al tener que darle la razón.
―En cualquier caso, sus obras son del agrado de quien las lee ―concluyó el francés de un modo más prudente.
―¿Es que acaso las conocéis, teniente? ―El Falcone arqueó las cejas en un gesto de incredulidad.
―La serie Extrarradio, la saga de Los Lagos, bajo la luz de tus ojos y proyecto: tu amor ―enumeró Dufort, de memoria.
―No salgo de mi asombro ―canturreó el bandido―. Me apuesto mi identidad a que vuestra favorita es la tetralogía de Los Lagos, con sus luchas a espada, estrategias… invasiones… ―añadió mordaz―. Lo que me recuerda el motivo por el que estáis aquí.
―Me alegra que no lo hayáis olvidado, Falcone ―replicó, severo.
―Tenía la esperanza de que vuestra estancia en Italia fuera corta ―se mofó, sin importarle el desafío de su mirada.
―No estoy de visita o en tiempo de asueto ―le aclaró―. Vengo a que le rindáis cuentas a la justicia, tanto vos como la Albanella ―añadió incisivo, y el bandolero se envaró al escuchar que la nombraba con tanto desprecio―. Me importa muy poco que sea una mujer. No va a temblarme el pulso a la hora de hacerle pagar ―agregó, con semblante frío, endurecido por el sentido del deber.
―Para eso, tendréis que capturarla primero ―siseó el Falcone, apretando las manos alrededor de las riendas de su caballo.
―Hoy mismo se sabrá cuál es vuestro destino ―masculló el teniente.
―El nuestro, Dufort ―puntualizó señalándolo, con una mirada de advertencia en sus ojos cobalto―. No seréis el mismo cuando os marchéis de Turín.
―Eso lo veremos ―farfulló, molesto.
―Sí, y hasta entonces…
El bandido se tocó ligeramente el pañuelo con el que cubría parte de su rostro en gesto de despedida. Acto seguido, tiró de las riendas e hizo girar a su caballo para emprender el camino de regreso, atravesando aquel bosque que sería testigo de una historia llena de pasiones e intrigas y que marcaría la vida de sus protagonistas para siempre.

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