Dije que si os portábais bien os dejaba el capítulo 1 de Recordar. Pues aquí va.
Después de esto os aseguro que vais a querer leerlo entero. Aquí podéis encontrarlo.
CAPÍTULO 1
¿Qué es la
vida?
Un lapso de
tiempo que debemos aprovechar antes de que te toque irte.
¿Y si todo
cambia?
Seguir
aprovechándolo.
Me repito
una y mil veces que el haber cambiado no debe significar el fin de mis días.
¿Y qué
hacer ahora si mi vida ha desaparecido?
Crecer y
aprender.
Abrió los ojos sin que su cuerpo quisiera, no fue fácil. Aleteó las
pestañas suavemente, acostumbrándose a la luz. Llevaba dos días en aquella
cama, despertando a horas dispares durante unos segundos para volverse a
dormir.
Sedada.
La mantenían así para soportar el dolor. Su cuerpo estaba
completamente cubierto de heridas y algún hueso roto. No sabía qué había
pasado, cómo había llegado allí y, lo peor, era que no sabía ni su propio
nombre.
Un hombre canturreaba siempre a su alrededor, tocaba sus vendajes,
comprobaba la vía que tenía en el brazo y la movía de posición. Era agradable y
su olor le era familiar. Habían hablado un poco pero ya no recordaba sobre qué.
Todo era demasiado frustrante.
—Te veo despierta, es buena señal. —Escuchó decir.
—Supongo… —Su voz fue más como un graznido, el cuello le ardía. Era
como si se lo hubieran aplastado y no había espacio ni para que pasara el aire.
Notó como le cambiaba el suero.
—Esa voz suena mejor.
—Dos días durmiendo han ayudado. —Tenía la boca seca.
Su lengua era como cemento, moverla era difícil. ¿Cómo había llegado a
esa situación?
—¿Crees que has dormido dos días? —esperó respuesta pero ella no podía
articular palabra, así pues, continuó hablando.
—Llevas cerca de quince días. Los sedantes son demasiado fuertes, pero
hoy bajemos la dosis.
¿Quince días? ¿Cómo podía no haberse dado cuenta? El sueño golpeó
fuerte y los párpados se apretaron fuertes. Agotada, era como pelear con un
gigante con el que tenía perdida la batalla. Gruñó cansada y notó como una mano
reposaba sobre su frente unos segundos.
—Tienes un poco de fiebre. Descansa.
—¿Quién eres? —necesitaba saberlo.
—Sigo siendo yo. Cada vez que despiertas preguntas lo mismo y tengo la
sensación de que esperas a alguien que no soy. Mi nombre es Connor.
Aquel nombre resonó en las paredes de su cabeza e hizo saltar todas
las alarmas. ¿Por qué? El dolor y cansancio fue mayor de lo que esperó y no
pudo soportarlo.
***
Despertó intermitentemente durante días, preguntando lo mismo: ¿quién
era la voz del hombre que la cuidaba? ¿Quién esperaba que fuera? No recordaba
quien era así que no podía saber quién deseaba su inconsciente que fuera.
¿Sería un hombre? ¿Su madre?
Las preguntas golpeaban sin piedad en su mente, rápidas en los pocos
minutos que mantenía la consciencia. Siempre era Connor, bueno, en honor a la
verdad alguna vez había escuchado alguna voz femenina que llamaba rápidamente
al doctor.
¿Nadie la visitaba? ¿Qué clase de persona era?
El dolor a veces atisbaba tras el hormigueo que sentía en sus
músculos;nunca era capaz de moverse pero sí sentía cada músculo que componía su
pesado cuerpo. Leves segundos después desaparecía tras una dosis mayor de
morfina que la ayudaba a entrar en un sueño profundo. Se perdía en sí misma
durante horas y días, viajando entre luz y oscuridad sin poder parar en ningún
sitio.
—Pareces mucho más consciente esta vez.
El doctor Connor.
Su voz era fuerte y provocaba que las alarmas de su cuerpo saltaran
queriendo saltar por la ventana más cercana. Al parecer, no era muy amiga del
equipo sanitario; tal vez había visitado muchas veces el hospital o quizás
ninguna.
Todo podía ser.
Un mundo de posibilidades y sin respuestas. Podía ser la mejor persona
del universo, la peor o nada de eso. La incertidumbre era terrible.
—Sí, me voy sintiendo mejor. —Su voz ya no era un graznido, casi tenía
la consistencia de una humana.
—Esa voz parece hasta normal.
<<Muy
gracioso.>> —Pensó ella.
—A partir de ahora la medicación irá menguando pero siempre mirando
tus necesidades. Si sientes dolor háznoslo saber.
Bien, era algo sencillo, si dolían le chutaban más cantidad de algo
bonito.
—Los primeros días te aconsejo que te lo tomes con calma. El mundo es
muy grande para descubrirlo de una vez y tal vez, tengas que ir paso a paso.
Parpadeó y se centró en él.
—¿Sabe? —no pudo seguir hablando.
Él asintió lentamente, conocía lo de la amnesia. Estaba a manos de un
profesional y eso debería hacerle sentir bien. Tenía tantas preguntas y tan
pocas respuestas. Además, lo que más temía era volver a dormirse con la
incógnita.
—Te encontraron entre las ruinas de una vivienda. La policía dictaminó
que se trató de una explosión de gas. Has estado entrando y saliendo del
letargo días y hemos podido comprender que, además de estar aturdida, sufres
algún grado de amnesia que determinaremos con las pruebas pertinentes.
Ainhara apenas parpadeó escuchando atentamente sus palabras y sintió
que no tenía demasiadas esperanzas a recobrar algo que no tenía. Además, sentía
como si su cuerpo hubiera sido vaciado, como si hubiera quedado la cáscara y la
persona hubiera dejado de existir.
—Es duro, lo sé. Pero con el tiempo irás viéndolo algo mejor.
Miró a aquel hombre y se fijó por primera vez en él. Era oscuro muy a
pesar de la bata blanca que lucía. Sus ojos vacíos y negros le helaron el corazón.
Seguramente aquel hombre era uno del cual huir pero ella no tenía escapatoria.
No lucía más de treinta y cinco años y su voz sonaba vieja, cansada.
Le dio la sensación de que llevaba mucho tiempo en el mundo, seguramente se
trataba de un hombre de mundo. Sus ojos habrían visto miles de paisajes,
cientos de atardeceres, algunas pocas sonrisas y, tal vez, ciertas desgracias.
—¿Mi nombre?
—¿Disculpa? —preguntó sorprendido.
—¿Había identificación? Debo ser alguien, ¿o solo un número?.
El doctor asintió y le pidió unos minutos, debía buscar algo en su
despacho. Ella quedó esperando y para cuando volvió el dolor comenzaba a asomar
por sus piernas.
—Aquí tienes —le dijo y le tendió un carnet de identidad.
Lo sostuvo entre sus dedos. El tacto de plástico no le dijo nada y
tampoco los números del dorso que la identificaban. Al girarlo vio una diminuta
foto en la que una mujer, que no conocía, sonreía. Fue como ver a un extraño,
nada familiar le produjo. Le podrían haber enseñado miles de carnets y no
hubiera sentido nada.
Buscó entonces el nombre, tal vez una pista para su cerebro.
—Ainhara.
—Así es. Eres Ainhara.
Por un momento, tuvo que apartar la vista de aquellas letras y mirar
al doctor. Su nombre en sus labios sonaba distinto, fuerte y de una mujer que
podía con todo. Ahora, estaba reducida en su mínima expresión. Postrada en una
cama y totalmente en blanco.
—Bueno, al menos no me llamo Frígida.
El doctor profesó una risa suave, su aspecto se tornó relajado. Era
extraño verle tranquilo y que su propio cuerpo no se dignara a mantener la
calma. Sentía la necesidad de salir de la habitación, o tal vez, plantarle
cara.
—Ainhara es un nombre bonito.
Sí que lo era.
—¿Tengo alguna oportunidad?
La miró detenidamente unos segundos, sopesó la respuesta demasiado
tiempo en silencio y no necesitó respuesta para saber lo que le iba a decir. “No tengo ni idea”, fueron las palabras
exactas. Quedaba alguna oportunidad de volver a ser ella pero muchas de que no,
tal vez fuera quien fuera nunca volvería.
—No esperes que todo sea abrir los ojos y recordar. Llevará tiempo.
Pues eso le sobraba, de hecho no sabía si lo tenía o no. ¿De qué
trabajaba? ¿Estaría en el paro? ¿Casada? ¿Hijos? Eso hizo que se estremeciera,
el agujero negro era demasiado inmenso.
—¿Qué piensas? —preguntó el doctor.
No pudo contestar. El dolor siguió aumentando de modo que se frotó las
piernas algo molesta. No gimió en respuesta pero le hubiera gustado. La idea de
mostrarse débil le daba cierta repulsa y concluyó que era una mujer dura.
—Dormir un poco te sentará bien.
—No tanto esta vez —suplicó.
Él le regaló una fugaz sonrisa.
—Será lo menos posible.
Inyectó algo en su torrente sanguíneo a través de la vía que tenía en
la mano. Los efectos no tardaron demasiado en aparecer. Seguía teniendo muchas
preguntas y no podía formularlas. Tal vez aquel hombre sabía cosas que pudieran
a ayudarla a recordar. Quiso llamarlo pero los ojos pesaron demasiado, era
imposible mantenerse despierta.
—Doctor Connor… —susurró antes de caer en los brazos de Morfeo.
—No te preocupes, no pienso irme.
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