EL POZO DE LOS SECRETOS
No había otra cosa que sus padres
les hubieran repetido más que la frase "¡No os acerquéis al pozo!". Y
allí estaban ellos, mirando dentro del pozo con las lágrimas saltadas porque,
mientras estaban jugando, Alex se había caído dentro.
Roberto juraría que había escuchado el sonido de la zambullida en el agua, pero Alex no contestaba y asomados al pozo no veían nada, solo oscuridad.
Roberto juraría que había escuchado el sonido de la zambullida en el agua, pero Alex no contestaba y asomados al pozo no veían nada, solo oscuridad.
Pedro empezó a llorar y a decir
que habrían tenido que hacerle caso a sus padres. Pero ya era tarde para
lamentarse, hasta que oyeron una voz dentro del pozo.
- ¡Eh chicos! No os podéis hacer
una idea de lo bonito que es esto aquí abajo. Tenéis que venir a verlo.
Alex era el aventurero y el mejor
en gimnasia en el colegio. Y siempre tiraba de sus otros dos amigos para sus
aventuras por el pueblo y el bosque. Habían buscado tesoros, conquistado un
castillo que en realidad era la casa abandonada de unos vecinos, y hasta habían
construido una casa en un árbol. Ellos querían un fuerte, pero había que conformarse
y habían tenido que contar con la ayuda de los mayores y trabajar mucho en casa
para conseguirlo. Aquella casa en el árbol del patio trasero de Pedro había
sido su lugar favorito hasta que una gran tormenta la había destruido el año
anterior. Tras ver que no había manera de recuperarla, trasladaron su lugar
favorito a aquel prado donde estaba el pozo y no dejaban a nadie más ir a
jugar. Por eso aquel lugar era solo de ellos.
- Estás loco si piensas que Pedro
y yo vamos a bajar ahí. Sobre todo Pedro, que odia el agua.
Pero ya no hubo contestación
desde el fondo del pozo y los chicos empezaron a preocuparse. ¿Y si al final le
había pasado algo?
- Vamos a hacer una cosa, Pedro:
voy a bajar a por Alex. Tú nos esperas aquí, que nos tienes que ayudar lanzando
la cuerda ésta que no sabemos si llega hasta el fondo. Si ves que no puedes
tendrás que ir a buscar ayuda.
- ¿Pero te vas a lanzar sin nada?
No sabes lo que hay debajo.
- Si Alex está bien, yo también
puedo. Espéranos aquí.
Y Pedro se quedó solo en el prado
tras ver como su amigo Roberto se lanzaba al pozo como si aquello fuera el
trampolín de la piscina municipal.
Mientras tanto, abajo Alex había
salido del agua del pequeño lago que había bajo la abertura del pozo y empezaba
a investigar las hermosas paredes brillantes de aquella cueva oculta cuando
escuchó una zambullida en el agua. Uno de sus amigos había bajado y se había
quedado tan impresionado como él al salir del agua y ver aquella maravilla.
- ¡Esto es precioso!
- Os lo dije. ¿Y Pedro?
- Se ha quedado arriba para sacarnos
ahora con la cuerda. Mira cómo ilumina la luz que entra del exterior todo esto.
- Tanto tiempo aquí y nadie sabe
que este sitio existe.
- Alguien debe de saberlo porque
si no habrían tapado el pozo hace tiempo. No tiene ningún uso. Ni siquiera la
cuerda con el cubo llega aquí abajo.
- Pedro habrá tenido que ir a
pedir ayuda. Se nos va a caer el pelo cuando nuestros padres se enteren.
- Pero habrá merecido la pena
solo por encontrar esto. Hasta le podremos poner el nombre que queramos a esta
cueva si nadie la ha reclamado. Vamos a ser héroes.
De pronto se escuchó otra vez el
agua y los dos se giraron hacia el lago y corrieron a sacar a Pedro del agua.
- ¿Pero qué haces aquí? Tenías
que haber ido a pedir ayuda para que nos sacaran. Ahora con los tres aquí abajo
a ver cómo salimos.
- Estaba asustado y no lo pensé.
¡Vaya, qué bonito es esto!
Palabras que hicieron que los
tres se pusieran nuevamente a hablar de las maravillas de la cueva y del
increíble descubrimiento que habían hecho. Hasta que se dieron cuenta de que
tendrían que buscar otra salida al exterior, porque subir por el pozo era
imposible.
Pegados a la pared de la cueva
empezaron a recorrerla en busca de alguna abertura que les ayudara a salir.
Pero se dieron cuenta de que aquello era más grande de lo que habían supuesto,
y aquella extensión de terreno subterránea abarcaba todo el prado que tenían
sobre ellos.
- Estáis buscando mal.
Los tres chicos se volvieron
hacia la voz que habían oído a sus espaldas, encontrándose con un niño que
parecía no mucho más grande que ellos pero sí más bajito de estatura.
Se le quedaron mirando sin saber
qué decir. Pedro, el más asustado, agarraba fuerte a los otros dos.
- No tenéis que buscar por las
paredes a la altura de vuestros brazos. Tenéis que hacerlo más abajo.
Seguían sin poder decir ni una
palabra. Tan solo lo miraban y aquel niño empezaba a fruncir el ceño.
- Os he estado oyendo hablar,
¿por qué ahora parece que se os ha comido la lengua el gato?
Aquello hizo que por fin Alex fuera
capaz de echarle valor y hablar con él. Se presentaron y su nuevo amigo, que se
llamaba Leo, les explicó la historia del lugar donde se encontraban.
"Hay pozos conocidos como
los pozos de los deseos, a los que se les lanza una moneda a la vez que formulas
el deseo en tu mente y el pozo ayuda a que se cumpla. Por desgracia, muchos de
los pozos en los que la gente hace eso no son pozos de los deseos. Por eso sus
deseos no se cumplen. Y luego están los pozos como éste. Los pozos de los secretos. Éstos son los verdaderamente mágicos.
Aquí abajo todo lo que hagáis será secreto, nadie lo sabrá nunca. Y solo es
acto para niños humanos. Los adultos no pueden bajar aquí. Si uno cae al pozo
no encuentra lo que vosotros habéis encontrado, sino que solo verá un agujero
lleno de agua. Pero vosotros, vosotros podéis verlo todo. Es el mejor lugar
secreto del mundo."
Esa tarde, Leo y los chicos se
hicieron amigos y quedaron en que todas las semanas irían a visitarlo para
jugar. Porque, aunque Leo tuviera más de cien años, nunca había dejado de ser
un niño. Y no estaba solo, había más como él en aquel pozo.
Sus padres nunca llegaron a saber
nada de aquellas aventuras. Ellos iban cada vez que podían y, en vez de
lanzarse por el pozo como la primera vez, que tuvieron que esperar a que sus
ropas se secaran para volver a casa, entraban por una entrada secreta en uno de
los árboles del bosque, en las lindes del prado. Era una abertura pequeña por
la que, como Leo había dicho, un adulto no cabría.
Pero un día, como todo llega, los
chicos se hicieron adultos y no pudieron bajar más a aquella cueva. Sin embargo,
nunca olvidaron aquel secreto y, cuando tuvieron hijos, empezaron a contarles
historias sobre pozos de los deseos y pozos de los sueños. Y cuando por fin sus
hijos tuvieron edad para conocer aquel secreto, los llevaron hasta el pozo para
que conocieran a Leo.
El hijo de Pedro era de esos
niños que no se puede estar callado y un día, en una cena familiar con sus
padres y sus abuelos, les habló del secreto. Pedro intentó callarlo, pero el
niño seguía contando sus aventuras de esa tarde. Cuando acabó la cena, su
abuelo le dijo al niño: "pero Pedrito, eso debería ser un secreto".
El niño, tras pensarlo, dijo: “pero si todos habéis estado en el pozo, me lo ha
dicho Leo”.
Pedro miró a sus padres, ya bien
entrados en años, y los dos le sonrieron. Por eso aquel pozo nunca se había
cerrado. Aquel pozo también era su secreto. Y de ahí la insistencia de decirle
a él y a sus amigos que no se acercaran al pozo. No hay nada como prohibirle
algo a un crío.
Ariel Romero
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