Hola,
me llamo Merche y ahora os hablaré un poquito sobre mí.
Desde
que era pequeña me ha gustado ayudar a los demás, ser solidaria y generosa,
pero lamentablemente siempre me metía en líos.
A
pesar de que no provengo de una familia católica practicante, creía en Dios y
había estudiado religión en el colegio, así que, conforme fui creciendo, se me
ocurrió la manera de ayudar al prójimo sin acabar magullada. No sé si lo has
imaginado ya, pero mi idea fue meterme monja y rezar por todas las personas
desdichadas y que Dios las ayudase por mí.
Al
ser la más joven de mi convento, era bastante inquieta y me solían regañar con
mucha frecuencia, además también era propensa a los accidentes, eso sí, nunca a
propósito.
—¿Estás
segura de eso?
—Todavía
es mi turno, espera el tuyo.
Como
iba diciendo… pasé mi adolescencia en el convento de clausura hasta que a mis
veinticuatro años tuve que salir. Mi hermana había muerto y no podía dejar solo
a mi padre.
—¿Ya
me toca a mí?
—Está
bien, continúa tú, pesado.
Yo
soy Fran y he trabajado con el padre de Merche hasta su jubilación. Cuando a
esta loca se le ocurrió salir del convento…
—¡Eh!
¿A quién llamas loca?
—No
me hagas contar todas las cosas por las que me has hecho pasar.
—Los
hombres, siempre tan exagerados.
Continúo,
cuando Merche salió del convento, puso en peligro su vida. Claro que ella no lo
sabía pero lo hizo y su padre no estaba dispuesto a perder a otra hija, así que
le asignó un protector. ¿Habéis adivinado ya a quién le tocó? Pues sí, a mí.
Cuidar
de Merche fue una tortura porque, al haber pasado tantos años en el convento,
no sabía nada de la sociedad de hoy en día. Todo le llamaba la atención, hasta
la cosa más insignificante y lo peor de todo es que le apetecía ayudar sin que
nadie se lo pidiera y ya podéis imaginar cómo acababa, metida en problemas y yo
tratando de sacarla.
Lo
peor de nuestra historia, es que las cosas se pusieron muy feas con los hombres
malos de los que tenía que proteger a Merche y que ella me pareciese atractiva
no me ayudaba mucho, la verdad.
—Tú
tampoco estás nada mal.
—Gracias
por tu cumplido, pero ahora dejaremos que los lectores y lectoras se animen a
leer nuestra novela donde encontrarán acción, aventura,
humor y amor, ¿por qué no?
—Ah, y para cualquier
crítica a nosotros no nos mires, eso es responsabilidad absoluta de Eva Gil
Soriano.
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