El pasado mes de Octubre escribí junto a JC Sanz, un escritor granadino, este relato de una cita paranormal. Las premisas que nos puso Sheyla Drymon en su grupo de facebook fue que ella fuera una humana coreana o descendiente de coreanos y él un no humano. Y éste fue el resultado. Espero que os guste; aunque quiero que conste que mientras Javier y yo cenábamos, la idea fue matar a la coreana al final, pero te pones a escribir y acaban pasando éstas cosas.
Gracias a JC Sanz por estos buenos ratos.
PARANORMAL DATE 5 – ARIEL ROMERO Y JC SANZ
Todavía
recuerdo el rítmico palpitar de su corazón cuando entró en el ascensor con
gesto preocupado. Dio los buenos días a los presentes y se giró para pulsar el
botón de la planta 23. El olor a flores de su cabello embriagó mis sentidos y
tuve que apartarme hacia el fondo para que nadie viera cómo sin previo aviso,
mis colmillos empezaban a sobresalir de mis labios. Noté el olor metálico de mi
sangre brotando en ellos y respiré hondo intentando concentrarme, pero aquel
sonido había penetrado en mi mente como la letra de la nueva canción de Lady
Gaga que tenían de fondo en el hilo musical.
Cerré los ojos y controlé mi respiración. Siempre me pareció una absoluta
estupidez ver cómo en el cine se nos hacía ver como seres que no necesitaban el
aire para vivir. Nos han tratado como bichos raros tantas veces que ya apenas
me molesta, aunque sí que recuerdo mis primeros días con rabia y dolor. Ya han
pasado muchos años de eso y ahora soy una persona muy diferente al chico
alocado e irresponsable que era. Supongo que, a pesar de no haber envejecido,
el peso de los años me ha hecho ver la vida de otro modo. No lo sé, quizá
también influyó el tener que hacer creer a todos mis seres queridos que había
muerto y esperar encerrado en el ataúd hasta que no escuché ni un ruido más en
el exterior y escapar a hurtadillas antes de que llegaran los sepultureros y
vertieran varios kilos de tierra encima. Sólo de pensarlo me pongo enfermo y es
que de haber ocurrido eso, jamás habría escapado de allí y habría pasado la
eternidad encerrado en aquel ataúd. Sin duda no podía imaginar un final peor
que ese.
El ascensor se detuvo y yo abrí os ojos después de haberme perdido en mis
pensamientos. Varias personas salieron y se perdieron entre los pasillos de
oficinas. Pocos segundos después, las puertas se cerraron y nos quedamos a
solas ella y yo. La vi mirarme de soslayo y yo me apreté todo lo que pude
contra la pared que tenía a mi espalda con las manos agarrándome fuertemente en
la barra del posabrazos. Me sonrió y volvió a centrar su mirada al frente sin
mediar una sola palabra hasta que llegamos a la planta vigésimo tercera y las
puertas se abrieron para darle paso.
—¡Hasta luego! —dijo girándose nuevamente para mirarle antes de irse.
Su gesto divertido cambió y se acercó rápidamente hacia mí. Yo no quería
que me tocase, conforme se acercaba más a mí las palpitaciones de su corazón
aumentaban en mi mente y me estaban volviendo loco. Cerré los ojos controlando
mi agitada respiración, pero aquel sonido aumentaba en mi cabeza…
…abrí los ojos y me lancé directamente en su busca
mostrándole mis colmillos. Intentó escapar, pero ser vampiro implicaba tener
una destreza que ningún humano tendría jamás. Pulsé el botón de parada. No
tenía escapatoria. Se resistió durante unos segundos, los suficientes para
fijar mi mirada en la de ella e hipnotizarla. En pocos segundos había caído en
mis brazos y giraba su cabeza para despejar el cuello. Mis colmillos profanaron
su tersa piel embriagándome del dulce néctar que era para mí su sangre. Nunca
había probado nada parecido, aunque…
…abrí los ojos y ella me miraba extrañada ofreciéndome un pañuelo de papel que
sacó de su bolso.
—¿Estás bien? Estás sangrando… tus labios…
—Oh… no pasa nada. Suele pasarme siempre que me afeito… —respondí.
Cogí el pañuelo con sumo cuidado y nuestras manos se rozaron levemente. En
ese momento sentí cómo un cosquilleo recorría mi cuerpo y creo que ella también
lo notó porque apartó rápidamente su mano y salió del ascensor corriendo.
—¡Gracias! —grité, pero no supe si me llegó a escuchar.
Durante
varios días no supe nada más de ella ni la volví a ver, aunque su imagen había
quedado en mi mente marcada como a fuego. Cada vez que cerraba los ojos veía su
rostro, sus ojos rasgados y sus perfectos labios rosados. Desde aquel momento,
dudé de si realmente éramos los vampiros los que teníamos el poder de hechizar
a los humanos para atraerlos a nosotros y poder alimentarnos de su sangre sin
que se resistieran o eran al revés, pero sentía la imperiosa necesidad de
volver a verla, de tenerla entre mis brazos… Aunque había un serio problema
para ello, no conocía su nombre, ni dónde vivía. Tan sólo la vi aquella mañana
en el ascensor y no sé ni si siquiera trabaja aquí.
—Marta, necesito que vengas a mi oficina de inmediato.
—Sí señor Phillips, ¡en seguida!
En pocos segundos, la puerta de mi oficina se abrió y apareció mi
secretaria con su libreta y un boli en la mano. No me arrepiento de haberla
contratado, si no fuese por ella, mi vida sería un auténtico caos.
—¿Qué necesita, señor?
—Por favor, te he dicho mil veces que no me trates de usted, llámame Kurt,
me haces parecer más viejo de lo que ya soy…
—Pero si está ust… perdón. —se calló de inmediato esperando que su jefe le
dijera qué necesitaba. No pensaba decir nada más.Siempre que estaba cerca de él
no sabía qué era lo que le ocurría, pero su corazón se aceleraba y le costaba
hablar con normalidad. Más de una vez se había reprochado ser una imbécil.
Me quedé mirándola embobado. Me encantaba verla pelearse consigo misma,
aunque aquella vez fue diferente porque sus ojos volvieron a fijarse en los
míos y se sonrojó al instante. Yo hice como que no me daba cuenta y no la
torturé más. Marta era una chica sencilla a la que rescaté del Bronx. No es que
sea un buen samaritano, pero de no haberlo hecho habría acabado vendiendo droga
o su propio cuerpo para llevar un trozo de pan a su casa donde cuidaba de su
padre, enfermo de cáncer y de su hermana pequeña a la que intentaba educar y
proporcionarle todo cuanto necesitase. De hecho, no le importaba trabajar horas
extras pues ese dinero le venía muy bien para hacer frente a todos los gastos.
Cuando la contraté lo hice con la condición de costearle el tratamiento a su
padre y así ella pudiera ahorrar y tener dinero suficiente para costear su
pequeño piso y que no les faltase de nada. Marta le estaba muy agradecida y a
pesar de ser su jefe, lo veía como si fuese su hermano mayor ya que él no
parecía tener más de los treinta.
—Necesito que busques entre nuestra plantilla a una chica joven
descendiente de padres coreanos. Coincidí con ella hace unos días en el
ascensor y necesito localizarla para devolverle una cosa que perdió.
—Si quieres cuando la localice, puedo dársela yo misma.
—No… prefiero hacerlo yo mismo. Es que hay algo que me gustaría poder
hablar con ella…
—Ajá… Entiendo… —respondió con una leve sonrisa pintara en su rostro. —Pues
en cuanto sepa algo, te lo hago saber. ¿Algo más en lo que pueda ayudarte?
—No, por ahora eso es todo… ¡Muchas gracias!
—De nada…
Salió de mi oficina y yo giré la silla para mirar la ciudad a través de los
amplios ventanales. Otra cosa en la que las películas mentían era en nuestro
problema con la luz solar, aunque aquí debo darles en algo la razón, pero no es
tal y como estamos acostumbrados a ver en el cine. La luz nos molesta y nos
devuelve durante nuestra exposición en los seres que éramos antes de ser
vampiros, lo cual me lleva a pensar muchas veces si exponiéndome de un cierto
modo al sol no podría volver a ser humano y dejar atrás esta vida, que a pesar
de ser intensa en muchos aspectos, no me hace ser más feliz, sino todo lo
contrario. Aunque eso aún está por demostrarse y no hay ningún estudio que me
de la seguridad que mis pensamientos pudiesen ser los correctos. De no
funcionar, moriría achicharrado y convertido en cenizas, y a día de hoy, aun no
estoy preparado para enfrentarme a eso.
Cuando la
secretaria del señor Phillips me hizo llamar para que fuera al despacho de mi
jefe me puse muy nerviosa. Aquel encuentro en el ascensor había sido muy
extraño, pero no era nada comparado a estar ahora ante su despacho porque no
rondaba más que una idea en mi cabeza: me
va a despedir. Ya puedes ir buscándote otro trabajo porque de aquí te vas…
—Buenos días Aira, por favor, siéntate.
—Sí, gracias señor —titubeé, pero no pude negarme.
Aún rondaba por mi mente que me iba a despedir, pero su rostro amable y su
mirada vidriosa me invitaban a hacer cuanto él me ordenara.
—No me tutees, por favor. Llámame Kurt.
Asentí en silencio con la cabeza y bajé la mirada pues lo vi levantarse de
su sillón tras el escritorio.
—Tienes un nombre precioso. Sin duda tus padres escogieron un nombre
precioso para una chica preciosa…
—Gracias señor Phillips. —contesté mordiéndome el labio inferior.
Necesitaba preguntarle, necesitaba saber por qué estaba allí y él no hacía más
que irse por las ramas, poniéndome más nerviosa de lo que ya estaba. Reuní todo
el valor del que dispuse y así lo hice…— ¿Para qué me necesitas, Kurt?
Así fue como empezó nuestra primera conversación: tensa y nerviosa, muy
nerviosa, hasta que hablando con él poco a poco me fui relajando. Tenía algo
que me intimidaba, que hacía que mi corazón se acelerara e intentaba esquivarle
la mirada, pero era imposible. Había algo en él que me llamaba la atencióny no
solo porque se trataba de mi jefe, el hombre más guapo que había visto en mucho
tiempo, sino por su forma de mirar que era como si atravesara mi piel y
estudiara mi alma. Mis padres cuando yo era pequeña, siempre me contaban
historias, tan antiguas como la vida misma, donde muchos hombres en Corea lo
hacían para cerrar algún trato importante, donde se jugaban la vida incluso.
Sin embargo, vivo en New York, la ciudad donde uno puede pasar desapercibido
ante una calle llena de gente y donde mis rasgos o mi origen no importa a
nadie. En cambio, él no me apartaba la vista y eso me asustaba a la par que me
excitaba. Cuando quise darme cuenta, estaba aceptando ir con él a una cafetería
cercana para conocernos mejor, pues parecía querer saberlo todo de mí. Esa
tarde fue tan extraña como lo que ocurrió después ya que, aunque me sentía
aliviada por no haber perdido mi trabajo, sí que reconozco que me sentí
cohibida e incluso hechizada por su mirada, que me transmitía tanto sin decir
una sola palabra… Volví a la normalidad parpadeando varias veces cuando se
disculpó para ir al baño porque de nuevo, lo veía sangrar. Había algo raro en él,
en su forma de actuar y ahí fue cuando caí en la trampa: quería descubrir cuál
era el misterio. La curiosidad despertó en mí las ansias de saber más acerca de
él ya que no quería admitir que me atraía, aunque todo mi cuerpo me diera
señales de ello. Lo vi acercarse a la mesa y sentí un latigazo de placer en mi
interior que achaqué rápidamente al tiempo que hacía que no estaba con un
hombre, pero no estaba dispuesta a admitir que desde que rocé sus dedos al
darle el pañuelo en el ascensor no había podido dejar de pensar en él ni un
solo instante, puesto que ese cosquilleo que recorrió mi cuerpo fue tan intenso
que me hizo recordar el momento en el que mi padre me contó que algo parecido
le ocurrió la primera vez que tocó a mi madre. Y sentir algo así, ahora, me
aterraba y me paralizaba por completo. no hacía ni una semana que había
terminado una relación con el que había sido el amor de mi vida y no me sentía
preparada aun para algo así. Necesitaba tomarme un tiempo antes de poder
plantearme siquiera tener una cita, por eso cuando Kurt me propuso vernos esa
misma noche, le dije que no y prácticamente lo dejé allí plantado, huyendo de
la cafetería sin mirar atrás. Regresé a casa a darme una ducha para despejarme
y dejar de pensar en cómo me había puesto a temblar cuando me agarró de la mano
para que no me marchase.
Cerré los ojos bajo el chorro de agua caliente que recorría mi cuerpo y en
mi mente tan sólo aparecía su cara. No sabía cómo lo iba a hacer, pero si
trabajábamos en el mismo edificio y hasta ahora no nos habíamos cruzado,
esperaba que no fuese muy difícil evitarle y no volver a verle más. Suspiré
sonoramente pues en el fondo sabía que eso no era lo que realmente deseaba.
Deseaba tanto verlo, escuchar su voz, tocarlo de nuevo que me quedé sin aliento
cuando la puerta del baño que hasta ahora estaba entornada, se abrió de golpe y
apareció Kurt desnudo, acercándose muy lentamente. no sabía de dónde había
salido ni cómo había logrado entrar en mi piso, pero no me importó. Abrió la
mampara y entró en la ducha donde nuestros cuerpos se unieron al instante y
nuestros labios se hicieron uno. Cerré los ojos de nuevo y me dejé arrastrar
por la pasión tal y como el agua y los restos de jabón lo hacían por el
sumidero. El vaho cubrió el cristal, pero no nuestras ganas de amarnos
mutuamente. Mis manos se posaron en su espalda y no me di cuenta que lo estaba
arañando. Gimió de placer y sentí un ligero pinchazo en mis labios, aunque no
me importó. Seguimos besándonos, acariciándonos, disfrutando de nuestros
cuerpos hasta que me cogió en volandas atrapados por la pasión del momento y me
llevó hasta la pared de azulejo de la ducha golpeándome la cabeza con la pared.
Me quejé y sentí en su mirada la preocupación. Se despegó unos centímetros de
mí y los vi, adornando sus labios estaban dos largos colmillos manchados de
rojo. Estaba nervioso y lo veía aterrado, por primera vez lo veía perder la
seguridad que tanto lo caracterizaba. Reculó varios pasos más hasta topar con
la puerta de la mampara sin apartar su mirada de mí. Yo noté que mis mejillas
se incendiaban y me mordí una vez más el labio inferior. Kurt intentó que no lo
hiciese, pero ya era tarde. El sabor metálico de su sangre me embriagó por
completo y mi cuerpo empezó a convulsionar. Él lloraba cuando me atrajo a sus
brazos para cobijarme en ellos. En sus brazos me sentía segura, en casa. Mi
cuerpo se volvió pesado y apenas ponía mantener los ojos abiertos. Poco a poco
fui resbalando, pero él no permitió que cayese al suelo.
Aquella fue
nuestra primera cita. Cuando desperté estaba tumbada en mi cama y no había ni
rastro de Kurt por ninguna parte. Creí que se había tratado de un sueño, de
hecho, intentaba creer que así había sido cuando entró por la puerta de mi
dormitorio portando una bandeja en la mano.
—Aira yo… necesito hablar contigo de algo…
—Shh… —lo acalló poniéndole un dedo en sus labios. —No, no… hay nada que
contar. Ahora somos uno.
—Pero yo no quería… —exclamo Kurt arrepentido y nervioso.
—¡Lo sé! Al igual que también sé que llevas una pesada carga sobre tu
espalda tu solo durante mucho tiempo… ahora las cosas han cambiado, tú me has
convertido, me has hecho más fuerte de lo que nunca sería, así que ahora no
creas que te pertenezco. Yo nunca seré de nadie, pero en cambio, tú eres mío. Si
yo muero, tú morirás conmigo… Si yo sufro, tú sufrirás conmigo… Así que dime,
querido, ¿a que no contabas con despertar mi lado oscuro? Creíste que podrías
hechizarme con tu poder de vampiro, pero no te diste cuenta que tú fuiste quien
quedó hechizado por mí… no te diste cuenta que todo era un plan, un plan que
ahora celebro con mi sonrisa. Oh, no… no entristezcas. Sé muy bien que tú no
deseas ser una bestia nocturna y es por ello que a partir de ahora harás todo
cuanto yo te ordene o haré que todo el mundo sepa lo que eres.
Su risa
resonó en la habitación penetrando en mi cabeza. Creí volverme loco porque no
entendía nada de lo que estaba pasando ni diciendo. Tan sólo comprobaba que
todo cuanto decía era cierto, lo leía en su mirada fría como un témpano de
hielo. Ella había jugado conmigo desde el primer momento y yo, creyendo haber
aprendido después de tantos años siendo un vampiro, caía en el plan de una
mujer que me había usado y tirado como solía hacerse con un pañuelo una vez
limpiados los mocos.
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