Me parece una apuesta llamativa.
Oliver murió una fresca mañana de octubre.
Treinta y cinco años comiendo equilibrado, sin vicios y durmiendo bien no lo salvó de un accidente en coche.
Su alma dejó su cuerpo, pero no quería dejar a Mérida, su esposa, ni a Kathy, su pequeña hija. A pesar de que no pudieran verlo o escucharlo, había hecho una promesa y estaba decidido a cumplirla.
Aunque eso signifique tener que ver cómo su hogar y su familia pueden dejar de ser lo que conocía.
Tanto tiempo diciéndole a su hija que los fantasmas en el ático no existen, y ahora su papá fantasma la cuida desde ahí.
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