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jueves, 10 de mayo de 2018

Hécate y María (Personajes de El principio del origen) dialogan sobre su autor Alberto Juan Pessenda García


—Por fin te encuentro —dijo Hécate—, llevo toda la mañana buscándote.
—Buenos días —la saludó María sonriendo—, me apetecía mucho leer y como mis padres no me necesitaban hoy, pues he decidido venir al río a leer tranquila.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó la chica pelirroja al ver un libro cuya portada tenía el mismo color de sus cabellos rizados.


—Es un libro nuevo, me lo ha traído mi padre desde Arciburgo. Se llama: «El principio del origen» —María llevaba su rubia melena recogida en una trenza y los ojos azules miraban al vacío imaginándose en lugares lejanos; bella y encantadora como siempre.
—Ah sí, otra de tus historias de fantasía —replicó Hécate perdiendo el interés.
—Es de un autor nuevo, un tal Alberto Juan Pessenda García.
Hécate dejó escapar un largo suspiro, desenfundó su espada de madera y la movió en el aire fintando golpes contra las ramas de los árboles.
—Creo que puede ser una historia muy interesante —siguió María—, es de fantasía épica, el inicio de una saga.
—¿Me estás tomando el pelo? —Hécate se giró al improviso, exasperada con su amiga—, no me digas que no te has dando cuenta de quién es el autor.
—¿Por qué? ¿Lo conoces?
—¡Claro! —los verdes ojos de Hécate mostraban toda la incredulidad que sentía.
—¿Me lo puedes presentar?
—¡Esa es nuestra historia, María! —Hécate abrió los brazos alzando la voz—, estás tan distraída con tus novelas románticas que no te enteras.
—¿Quizá sea guapo? —siguió elucubrando la muchacha rubia.
—Tú siempre piensas que puedan ser guapos —le dijo Hécate volviendo a su entrenamiento.
—Los protagonistas guapos quedan mejor en las historias.
—Pues como veas una foto del autor, tú si que vas a quedar bien con el encontronazo que te vas a dar contra la realidad.

María rio de gusto con el comentario ácido de Hécate, que siguió explicando:
Alberto puede ser muchas cosas, pero un protagonista guapo, más bien no. Es desordenado, despistado y en ocasiones desaliñado, a lo que pone remedio cuanto puede su mujer.
—Osea que está casado, tan feo no será.
—Déjame acabar, o no empezaremos nunca —dijo Hécate arrodillándose junto a su amiga—. Es un sujeto alegre, que disfruta de la vida y de sus amigos. Pero sobre todo de su familia, de sus hijos y del tiempo que pasa con todos ellos. Por casualidad, hace ya casi tres años, empezó a escribir una historia que rondaba por su mente y su vida desde hacia algo más de una década. Pues todo empezó con una partida a un juego de rol, una de sus pasiones junto a leer libros.
—¿Ves? —la interrumpió de nuevo María—. Igual que yo.
—Sí, en eso sois iguales. Más o menos se lee cualquier cosa que esté escrita y a su alcance, aunque sobre todo lee fantasía, como tú, e historia, como yo.
—Se nos parece un poco, ¿no?
—Normal —respondió Hécate—, él nos ha creado. De hecho, también escribe estas palabras.
—¡Osea que ha decidido que lo insultes! —la advirtió María.
—No vayas por ahí, o entraremos en un follón metafísico difícil de explicar —Hécate se pinzó con su mano la nariz a la altura de los ojos, aquella conversación acabaría dándole dolor de cabeza—. El caso es que, volviendo a Alberto, se puede decir de él que es alguien que se toma muy en serio las cosas que le divierten, algunas adquieren la misma importancia que las responsabilidades, pues cree mucho en su palabra y ha prometido acabar la historia que empieza con «El principio del origen» en seis años, aún le quedan tres libros más por escribir, solo que como es muy obstinado y terco, es posible que lo consiga a pesar de trabajar en un hospital como enfermero y no renunciar al tiempo que pasa con los hijos, la mujer y los amigos. Digamos que duerme poco.
—Je, je, terco como los enanos —bromeó María.
—Pues sí, aquellos que lo conocen dicen que es un enano. Ni más, ni menos.
Hécate suspiró de nuevo, se puso en pie y tendió la mano izquierda hacia su amiga.
—¿Satisfecha? Ahora podemos empezar con el entrenamiento.
Esta vez fue María la que dejó escapar un bufido.
—Quiero empezar con el libro —se quejó.
—Ayer cosí para ti —la acusó Hécate— y hoy es día de entrenamiento, lo sabes. Ya lo leerás en otro momento. Lo prometiste.
Con un suspiro, la muchacha rubia dejó el libro a un lado y se puso en pie.


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